Era sábado en la noche. Habíamos decidido ir a una plaza cercana para comprar un par de zapatos deportivos que necesitaba una de nuestras hijas. No teníamos apuro, por lo que íbamos despacio en nuestro auto, contemplando las luces de la ciudad mientras conversábamos. En esos días teníamos un conflicto, una situación inusual con un cliente que, por razones fuera de su control, no nos había pagado una fuerte suma de dinero que correspondía a nuestro trabajo de cuatro meses en dos de sus proyectos grandes. Cinco de nuestros colaboradores trabajaron con nosotros en estos proyectos, pero a ellos no les hicimos esperar; les pagamos a tiempo usando nuestros ahorros personales. Dado que el cliente nunca nos habló de sus problemas financieros y nosotros habíamos confiado en su puntualidad, habíamos adquirido compromisos económicos, a los cuales ya estábamos fallando. Varios meses habían pasado y la cantidad en juego se hacía aún mayor. Nuestra situación económica se tornó muy ajustada; pues habíamos contado con ese dinero para vivir por un par de meses mientras trabajábamos en otros proyectos para otros clientes, cuyos pagos no llegarían hasta terminar cada asignación. En medio de todo esto llegó enero, el mes en el que damos nuestras primicias. Hemos aprendido que las primicias son la totalidad de nuestros primeros ingresos del año. Esto es así para nosotros por la naturaleza de nuestro trabajo, pero esto puede variar dependiendo de la situación de cada persona. Quizás para ti sea la entrega de tu primer sueldo del año, o los ingresos de tus primeras ventas, o de las primeras bendiciones económicas que has recibido en el mes. Nuestro primer ingreso del año fue el pago de un proyecto pequeño, pero que cubriría nuestras cuentas del mes sin problema. Sin embargo, hicimos cuentas. Volvimos a hacer cuentas. Tratábamos de hacer ajustes para no dejar de cubrir ningún rubro, pero al final el resultado era el mismo: si dábamos las primicias en enero, no tendríamos suficiente dinero para cubrir varias de nuestras deudas. Pero nos preguntábamos cómo íbamos a hacer para cubrir lo demás. De dónde íbamos a sacar el dinero para comprar la comida y el regalo de cumpleaños de nuestro hijo, Nicolás, que en un par de días cumpliría 13 años. Qué proyecto podíamos terminar más pronto de lo normal para poder cobrar antes. ¡Qué íbamos a hacer! Llegamos a la plaza. Como estaba abarrotada de gente, tuvimos que estacionar el auto a casi una cuadra de distancia. Tomamos el dinero; juntamos los dos billetes y los doblamos para que entren en un pequeño bolsillo de mi pantalón y nos dispusimos a caminar tomados de la mano de nuestras dos hijas. El negocio en el que habíamos visto los zapatos inicialmente ya no los tenía en la talla que necesitábamos, así que caminamos hasta llegar al otro extremo de la plaza donde finalmente encontramos los zapatos ideales. Nuestra hija se los probó y estaba contenta con ellos, así que decidimos comprarlos. Pero nos faltaba un dólar para completar el valor que la vendedora pedía. Buscamos en nuestros bolsillos, pero no teníamos, y habíamos dejado las carteras en el auto. Entonces, emprendimos nuestro viaje de regreso al auto para buscar ese dólar que nos faltaba. Para ese entonces ya se había hecho tarde y estaban todos los comerciantes del lugar corriendo de un lado para otro mientras guardaban toda su mercadería exhibida en sus mostradores tipo graderíos. Finalmente regresamos al negocio con el dólar en la mano, pero al buscar los billetes que estaban doblados, no los encontramos. Buscamos en cada bolsillo, en cada rincón, pero no estaban. Perdimos el dinero. ¿En serio? No lo podíamos creer… Yo ya había salido del auto y estaba parada junto a la puerta. Mil pensamientos daban vueltas por mi cabeza. Nos robaron. Vaya, qué hábiles son los ladrones. ¡Metieron la mano en mi bolsillo tan estrecho y no me di cuenta! ¿Puede ser verdad? De pronto algo brilló en el piso a mi izquierda, a unos 15 metros de donde estaba parada. Miré fijamente por unos segundos, y luego sentí el impulso de ir corriendo hacia ese brillo. Al acercarme me di cuenta de que eran los billetes que yo había tenido en mi bolsillo, que de alguna manera extraña llegaron al piso. Los tomé rápidamente y regresé corriendo al auto, con los billetes en la mano. ¡¡Encontré nuestro dinero!! En ese instante llegó una convicción a nuestro corazón: Nuestro Padre cuidaría de nosotros. Todo iba a estar bien. Él cuidó esos billetes, en medio de tantas personas, para que nadie los viera. No, no tendríamos que hacer nada más que confiar en Él, porque ya estaba cuidando de nosotros. Nuestra obediencia en medio de circunstancias adversas, traería bendición, esa bendición que nos hace experimentarlo a Él en maneras que no imaginamos y nos lleva a glorificarlo, a honrarlo y a sentir más gratitud. Si hoy te sientes así, entre la espada y la pared ante una decisión que requiere de tu obediencia y tu fe, te animo a que pongas al Señor por encima de toda circunstancia y que des ese paso que te llevará a experimentar a Dios en maneras que ni te imaginas. Recordemos lo que dice Mateo 6:33: «Busquen el reino de Dios por encima de todo lo demás y lleven una vida justa, y él les dará todo lo que necesiten». Nadie dijo que hacer la voluntad de Dios sería siempre lo «más fácil». A veces cuesta. Pero si tu anhelo es el de una vida diferente, en la que a diario sientas ese toque del Señor, comienza por ponerlo a Él en el primer lugar de todo aspecto de tu vida, aunque te sea difícil. Pronto notarás la diferencia y las bendiciones de tu obediencia serán abundantes. Acabas de leer En la obediencia hay bendición. Te invito a dejar tu comentario y a compartir este artículo si te ha sido de bendición. Gracias.
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AutoraElena de Medina. Traductora y editora de literatura cristiana. Empresaria. Esposa y madre. Su mayor anhelo es cumplir con los sueños y el diseño de Dios para su vida. Su pasatiempo favorito es la lectura. Su anhelo es poder ser una mujer que inspira a otras a vivir para el Señor. Archives
marzo 2018
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