¿Te ha pasado alguna vez que, en un momento de un día ajetreado, entre la miríada de ruidos a tu alrededor, escuchas el suave susurro del Espíritu Santo al oído? Te alerta de algo… Te dice: «No dejes eso ahí, guárdalo…» Te previene: «No salgas ahora, espera…» Te motiva: «Ora por tal persona, llámala, te necesita…» Y decides ignorar esa voz. Pero el Espíritu Santo quiere que lo escuches. Así que te habla otra vez, y otra vez, y las veces que sean necesarias, hasta que Su susurro se vuelve un llamado urgente. «No hagas esto ahora, espera a mañana… Espera, no lo hagas… ¡DETENTE!» En Hechos 16:6-40 encontramos una historia un tanto similar. Pablo y Silas estaban viajando a diferentes lugares para predicar el evangelio, pero el lugar al que iban (o no) dependía de lo que el Espíritu Santo les guiaba a hacer. Si te fijas en los versículos 6-10, vas a notar que Pablo y Silas habían tenido que cambiar su rumbo ya dos veces porque el Espíritu Santo les había impedido que fueran a su destino. De repente el Espíritu le habla a Pablo a través de una visión y le muestra cuál es el lugar al que debían ir. Hagamos una pausa aquí. Pongámonos por un minuto en el lugar de Pablo y Silas y adaptemos esto a nuestra realidad. Muy bien, como soy una persona organizada, ya tengo listo mi plan de viaje. Iré de vacaciones a la playa, y luego iré de negocios a un gran evento en el extranjero. Todos los objetivos están claros y sé exactamente lo que quiero hacer. De pronto el Espíritu Santo me habla: —No quiero que vayas. No es un buen momento. —¿¡Disculpa!? Lo lamento, Espíritu Santo, pero yo ya tengo mi agenda planificada, ya están hechos los arreglos, ya está organizado el trabajo y los clientes ya saben que en esa fecha ¡¡me voy!! Sí, pues esa habría sido mi respuesta…. Por otro lado, mira lo que hicieron Pablo y Silas el momento que reconocieron la dirección del Espíritu Santo: «Entonces decidimos salir de inmediato hacia Macedonia, después de haber llegado a la conclusión de que Dios nos llamaba a predicar la Buena Noticia allí» [v. 10, énfasis añadido]. Para hacerte corta esta historia, aunque no fue fácil y pasaron algunos momentos desagradables, la obediencia «inmediata» de Pablo y Silas dio como resultado algunos eventos con consecuencias eternas: la conversión de dos familias enteras (vv. 11-15; 29-34), la liberación de una mujer endemoniada (vv. 16-18), y lo más importante, el nacimiento de la iglesia de Filipos (v. 40). ¿Te preguntas ahora cuál habría sido el resultado de algunas de tus decisiones si en lugar de ignorar la voz del Espíritu Santo hubieras obedecido de inmediato? Yo no solo me pregunto esto sino que tengo la plena certeza de que varios sucesos en mi vida habrían sido muy distintos. Además, cada vez que he desobedecido de manera deliberada, he perdido demasiado: cosas materiales, la confianza en mí misma, mi comunión con el Espíritu Santo y la paz con Dios. Por eso le pido al Padre que me enseñe a ser más obediente a las insinuaciones del Espíritu Santo. El Espíritu Santo siempre nos habla. Pero ¿sabemos escuchar? Y por encima de ello, ¿sabemos obedecer? Yo no… te soy honesta. Tengo un carácter fuerte, una voluntad firme, ciertas cualidades de líder y soy bastante testaruda. Cuando quiero algo, lo quiero a mi manera ¡y lo quiero ya! Pero estoy casi segura de que no soy la única. Creo que nuestra propia naturaleza como mujeres y la maldición que recayó sobre Eva hace que tengamos esa lucha interna (y diaria) de oponernos a la sumisión. Siempre queremos salirnos con la nuestra… O pensamos que lo que nosotros queremos es mejor que lo que quiere el Espíritu Santo. Él dice: «No te vayas. Quédate aquí y espera». Yo respondo: «Regreso enseguida. Cinco minutos. ¿Qué pude pasar?». Mi oración prioritaria más reciente es: «Ayúdame a obedecer de inmediato». Le digo: «Señor, te fallo… Te fallo a diario. Escucho tu voz, y no logro obedecer. Reconozco que este pecado me separa de ti. Reconozco que soy débil. Te necesito. Por favor, enséñame cómo obedecer de inmediato. Ayúdame a tener la fuerza para rendir mis propios deseos y someterme a tu voluntad. Que yo pueda menguar, para que obres tú. Y que solo Tú recibas la gloria de lo que harás a través de mi obediencia. Amén». Si te sientes identificada conmigo en esta falencia de saber obedecer a la voz del Espíritu Santo, te invito a que hagas esta oración conmigo, y que abramos nuestros oídos para estar atentas a esos susurros, a las corazonadas, a los sueños y visiones, y que seamos prontas en obedecer de inmediato, al igual que Pablo y Silas. Te aseguro que si lo hacemos, viviremos en Su paz y veremos bendición tras bendición. Acabas de leer Cómo experimentar la paz de Dios (1). Te invito a dejar tu comentario y a compartir este artículo con otras mujeres a las que les puede ser de bendición. Gracias.
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AutoraElena de Medina. Traductora y editora de literatura cristiana. Empresaria. Esposa y madre. Su mayor anhelo es cumplir con los sueños y el diseño de Dios para su vida. Su pasatiempo favorito es la lectura. Su anhelo es poder ser una mujer que inspira a otras a vivir para el Señor. Archives
marzo 2018
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