En mi testimonio compartido la semana anterior comenté que el día que recibí el diagnóstico negativo de parte de mi médico, me derrumbé. Ese día hablé por teléfono con mi mejor amiga, y lloré. Abracé fuertemente a mi esposo, y lloré. Pensé en muchas cosas, y lloré. Lloré mucho. A cada rato. Quería mostrarme fuerte ante mi esposo y mis hijos, pero tenía un mar de emociones y lágrimas que me estaba ahogando, así que dejaba que se derramara tras cada sonrisa de mis niños y sus tiernas voces hablándome, tras cada palabra amorosa de mi esposo, tras cada pensamiento de un futuro incierto, con un posible espacio vacío en la mesa de la familia. Pero doy gracias a Dios por haberme llevado a Su palabra a tiempo para librarme de esos pensamientos negativos que solo me hacían sentir miserable. Cuando decidí ser barro moldeable en Sus manos después de leer Jeremías 18:4-6, compartí la revelación con mi esposo. Si yo iba a ser barro moldeable en las manos del Alfarero, significaba que iba a comenzar a experimentar cambios. Él iba a iniciar un trabajo de transformación en mí, y en esta ocasión, la rueda del Alfarero estaba sobre una barca en medio de una tormenta, así que necesitaba ciertas «protecciones» que me rodearan para que los golpes de la tempestad no me lanzaran al vacío.
1. Confiar en la soberanía de Dios, pase lo que pase. Los médicos nos habían dicho que la condición de mi salud se veía muy mal. Pero nosotros sabíamos que ellos no tenían la última palabra. Nosotros decidimos confiar en la soberanía de Dios y en Su perfecta voluntad. Sin embargo, no íbamos a resignarnos sino que íbamos a pedir y confiar por un milagro, porque Sus planes para Sus hijos son de bien y no de mal (Jeremías 29:11). Si los exámenes revelaban que el tumor era benigno, o si tan solo me quedaban seis meses de vida; o ante cualquier otra situación que enfrentemos que se vea incierta, honraríamos al Señor y confiaríamos en Sus planes de bien para nosotros. 2. Rodearnos de gente de fe. Déjame decirte algo: puedes tener muchos conocidos y aun muchos amigos, pero lo que necesitas para las tormentas es «compañeros de batalla», y estos son pocos y difíciles de obtener. Nosotros decidimos confiar nuestras luchas que requieren avalanchas de fe únicamente a personas cuya fe es casi tangible, cuya relación con Dios es profunda y notable por sus frutos; personas sabias, con la palabra de Dios fluyendo como ríos en su boca y que estén dispuestas a doblar rodillas por nosotros y a quedarse a nuestro lado hasta ver la victoria. Para nosotros esta fue una decisión dolorosa porque «rodearnos de gente de fe» implicó dejar atrás ciertas amistades de muchos años cuya fe no bastaría para sostenernos. Y no se trata de poner condiciones sobre nuestras amistades, sino de contar con amigos que en verdad sean un apoyo fuerte en la fe en medio de las tempestades, aquellos que puedan levantarnos los brazos cuando los nuestros estén caídos, que te den una palabra de aliento cuando estás dudando, que te recuerden las promesas del Señor en tus momentos más oscuros, que sean tus salvavidas cuando un golpe de la tormenta te lance fuera de la rueda del Señor. Moisés tuvo dos amigos, Aarón y Hur, que le ayudaron a sostener sus brazos en alto porque de eso dependía que obtuvieran la victoria en una batalla. Puedes leer esta historia en Éxodo 17:8-16. Nuestros compañeros de batalla deben saber cuándo levantar nuestros brazos y deben estar dispuestos a quedarse a nuestro lado hasta ver la victoria. Nosotros podemos contar nuestros compañeros de batalla con los dedos de una mano, pero aunque muy pocos, ellos son un hermoso regalo de Dios en tiempos difíciles. 3. Hacer confesiones de fe. La Biblia dice claramente en Proverbios 18:21 (TLA) que «la lengua tiene poder para dar vida y para quitarla, y que los que no paran de hablar sufren las consecuencias». Nosotros decidimos no parar de hablar, pero hablar con fe y gozarnos en las consecuencias positivas; obtener vida, salud, prosperidad, victoria a través de las palabras en nuestra lengua. En una época en la que ser negativo, quejarse y vivir como víctimas de las circunstancias es lo «normal», no es fácil mantener una actitud positiva. Hablar palabras de fe, tener la certeza de que ocurrirá lo que aún no puedes ver, vivir con gozo y declararte victorioso: esto no es lo más fácil de hacer, pero es lo correcto. 4. Conocer y no dudar de las promesas de nuestro Padre. Para poder hacer confesiones de fe es necesario conocer las promesas que Dios ya te ha dado, en las que te ofrece salud, bienestar, victoria, prosperidad, protección, cuidado, provisión, justicia, futuro, esperanza y mucho más. Nosotros decidimos leer y escudriñar la Biblia, la Palabra de nuestro Padre, que está repleta de instrucciones, promesas y bendiciones, a fin de poder hablar palabras de fe en momentos de flaqueza, por ejemplo: ¡Aunque pase por el más oscuro de los valles, no temeré porque tú estás conmigo! (Salmos 23:4) ¡Solo tú eres mi refugio, mi lugar seguro. Eres mi Dios y en ti confío. No tengo miedo de la enfermedad porque tú me rescatas y estás conmigo en medio de las dificultades! (Salmos 91) ¡Volverás a consolarme y tendrás piedad de mis ruinas. Mi desierto florecerá y en ti encontraré gozo y alegría. Tu misericordia, tu justicia y tu salvación ya vienen en camino; Tú eres mi brazo fuerte, mi Dios y mi Defensor! (Isaías 51) 5. Orar, estar alegres y agradecidos. En 1 Tesalonicenses 5:16-17 (TLA) leemos: Estén siempre contentos. Oren en todo momento. Den gracias a Dios en cualquier circunstancia. Esto es lo que Dios espera de ustedes, como cristianos que son. En tiempos de pruebas, en momentos de dolor y en las tormentas de la vida, muchos tienden a resentirse con Dios; desfallece su relación con Él, se dan por vencidos, agachan la cabeza, y viven amargados y llenos de quejas. Nosotros decidimos hacer de la oración nuestra mayor arma de batalla. En todo tiempo y en todo lugar. De hecho, mi cuarto de guerra es portátil. (Más adelante escribiré sobre el cuarto de guerra). Nosotros decidimos estar alegres, aunque delante de nosotros haya nubla y olas grandes, aunque estemos mojados y con frío. Nosotros decidimos estar agradecidos. Aunque el futuro sea incierto y parezca que vamos a la deriva, confiamos que Dios está en control, que Sus planes son de bien y no de mal, y le damos gracias por guiar nuestro bote. Mi esposo y yo quedamos mojados, temblando y con frío tras la tempestad de la enfermedad, pero también salimos ilesos, vencedores y bendecidos. Si bien el diagnóstico de los médicos en mi caso fue fallido, el que sí estuvo operando durante este tiempo y quien trabajó delicadamente, usando un fino bisturí en nuestro corazón, fue el Señor. Aunque las tormentas de la vida te peguen duro, te animo a que no te bajes de la rueda de trabajo del Señor. Él la lleva consigo en Su bote, y aunque estés en medio de la tormenta más feroz, Su rueda es tu lugar más seguro. Acabas de leer Actitudes para enfrentar con firmeza una tormenta. Te invito a dejar tu comentario. Si crees que este artículo puede ser de aliento para otra mujer, te invito a compartirlo con ella. Gracias.
1 Comentario
Ivonne Morales
2/2/2016 09:13:25 pm
Hoy con unas compañeras catequistas justamente hablábamos de cómo el Señor nos moldea y coincidentemente mencioné la impresión que me causó el pasaje de Jeremías que citaste. Muchas cosas han pasado en mi vida y puedo decir que nunca hubiese podido salir adelante si mi Padre no le hubiese sostenido y si Jesús no obrara en mi vida. Concrete Elena es una bendición. Te mando un abrazo.
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AutoraElena de Medina. Traductora y editora de literatura cristiana. Empresaria. Esposa y madre. Su mayor anhelo es cumplir con los sueños y el diseño de Dios para su vida. Su pasatiempo favorito es la lectura. Su anhelo es poder ser una mujer que inspira a otras a vivir para el Señor. Archives
marzo 2018
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